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Tratamientos de fertilidad en palabras de quienes los han vivido

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Aunque cada vez hay más información acerca de los distintos tratamientos de fertilidad que existen, de sus efectos e implicaciones, lo cierto es que pensar en atravesar por uno puede ser aterrador. Esto se debe, en gran medida, a que la información a la que tenemos acceso suele ser científica o estadística, en lugar de vivencial o humana. Tal vez la escasez de testimonios se debe a los muchos tabúes que se han construido alrededor de la infertilidad y, por lo mismo, muchxs viven sus tratamientos en silencio. Pero sabemos que no hay dolor más grande que aquel que se calla y que los testimonios reales pueden ser el antídoto contra el miedo.

Tal vez, escuchar la experiencia de quienes han atravesado por un tratamiento de fertilidad sea una manera de recordarte que no estás solx en esto, que detrás de toda esa información que nos habla de hormonas, números y probabilidades, hay seres humanos que sienten. Compartir esta experiencia de vida con otrxs puede volverla más llevadera, amorosa y compasiva. Aunque sabemos que cada persona que vive un tratamiento de fertilidad lo hace de maneras muy distintas, aquí reunimos los testimonios de algunas mujeres cuyas voces nos inspiran a creer en el valor de la palabra, de las redes de apoyo y del acompañamiento informado. 

Historia 1

Después de 5 años de casadas, Marcela y María decidieron que era momento de crecer su familia. Las esperanzas eran bajas; en sus primeras visitas a distintas clínicas, los médicos les dijeron que era casi una certeza que María nunca conseguiría embarazarse. El trato fue aún más desalentador: al salir del consultorio, Marcela y Mará no sabían si sus preocupaciones eran infantiles o si querer ser madres era similar a comprar un paquete vacacional. 

Llegar a Fertilidad Integral fue el nacimiento de una nueva ilusión. «Por primera vez me dijeron que era candidata», cuenta María. Empezaron con un tratamiento de estimulación ovárica. El objetivo era sacar 12 óvulos, de Marcela consiguieron 14, de los cuales fertilizaron 13. El método ROPA abría la posibilidad de implantar los óvulos de Marce en el útero de María. Y, en sus palabras, «ahí comenzó nuestra montaña rusa».

En diciembre fue la captura y se fueron de vacaciones. En la víspera de año nuevo recibieron la noticia: ningún embrión contaba con las características necesarias para ser transferido. Aunque nunca tuvieron miedo de compartir su trayectoria con el mundo, les apenaba tener que decir que sus intentos no habían sido exitosos, tener que repetir y repetir las malas noticias. El acompañamiento psicológico fue indispensable para recordarles que seguían existiendo opciones para ellas, que perder una batalla no es equivalente a perder la guerra. «Piensas que todo está increíble y de repente vas para abajo. Pero eso no impide que lo vuelvas a intentar, y que sigas anhelando», dice Marcela. 

En medio de preguntas como «¿lo que estamos haciendo es normal?» y «¿ debemos dejar de intentarlo?», justo en el momento en el que la situación parecía más desesperanzadora, apareció un donador de embriones. «Voy a ser el horno de un bebé que es completamente de las dos. Es nuestro porque lo queremos, no porque genéticamente lo diga», dice María. Hoy todavía no sabemos si este embrión encontrará su hogar en el útero de María, pero ambas saben que las posibilidades son infinitas, que los caminos nunca están cerrados. Al relatar su experiencia, coinciden en que la compañía mutua ha sido indispensable para no perder los ánimos, para seguir recordándose que están yendo por el camino correcto. A fin de cuentas, como nos recuerda Marcela, «No debes quedarte con nada guardado. Los nudos en la garganta se quedan nudos». 

 

Historia 2

A los 38, Meghan comenzó a preguntarse si, al no tener pareja, ser madre era una posibilidad para ella. Tras una revisión ginecológica, descubrió que había quistes creciendo dentro de ella. Sentía que los caminos hacia la maternidad se cerraban uno a uno delante suyo. Su edad la hacía sentir culpable de la situación ante la que se encontraba; pensaba que si la calidad de sus óvulos resultaba ser poco favorable, era por culpa de su ambición por hacer su carrera y cumplir sus sueños antes de convertirse en madre. Para una mujer fuerte sentir, de pronto, que no puede con todo parece devastador.

Su procedimiento fue por donación de esperma y fertilización in vitro. Recordarlo y decirlo en voz alta basta para conmoverla: «Hay algo sensible en hacer esto sin una pareja. Tienes un donador, pero no es tu pareja. No hay palabras, la sociedad no tiene estos nombres. Hay mamá y papá». Sin embargo, hace énfasis en lo importante que fue para ella compartir su proceso, construir una red de apoyo entre mujeres y leer las experiencias de otras personas que habían pasado por lo mismo.

En su trayectoria, Meghan se conoció mejor que nunca. «No puedo creer lo poco que nos enseñan en la escuela y lo poco que conocemos nuestros propios cuerpos», reflexiona. En conversación con los médicos y con sus amigas, encontró un refugio y un sitio donde se sabía bienvenida. Hoy que su bebé está por cumplir un año, Meghan piensa que no hay nada más grande que sentirse incluida y tomada en cuenta, saber que tus decisiones son válidas, y recordarte que siempre hay opciones.

 

Historia 3

«Se te está yendo el tren». Esta frase, que Sofía escuchó salir de la boca de tantas personas cercanas, convirtió la expectativa de deber ser madre en una presión cada vez más difícil de manejar, pues sentía que al tener 28 y no tener una pareja estable sus «años fértiles» se le estaban escapando de las manos. La curiosidad la llevó a hacerse una prueba antimulleriana para medir su concentración hormonal, salió baja. «¿Y si congelo?», «¿Congelar es solo para mujeres grandes?», «¿Soy una quedada?», eran algunas de las preguntas que pasaban por su mente. Se respondió y entonces cambió la narrativa: no, congelar es tomar las riendas de tu vida. «Es una decisión inteligente. Si pagas un seguro de coches y ahorras para tu futuro, ¿por qué no hacerlo?».

Decidir fue, para Sofía, una acción revolucionaria. Para decidir tuvo que informarse, tuvo que recordar que es válido no decidir hoy por tu yo de mañana. Así, entendió que su incertidumbre venía del tabú que hay alrededor del congelamiento de óvulos, si se tratara de una situación normalizada, entonces no le habría resultado tan penoso vivirla y compartirla. Pero la única forma de cambiar esto, es hablando: hablando de que, más allá de ser un procedimiento físico, es una trayectoria llena de emociones, altibajos, aprendizaje y transformación. Sofía piensa que congelar óvulos es repensar la maternidad para combatir esos acuerdos sociales que nos dictan cómo y cuándo una mujer debería ser madre. «¿Se te está yendo el tren? ¡Se puede frenar!».

Los testimonios que aparecen aquí nos recuerdan que toda persona que atraviesa por un tratamiento de fertilidad lo hace de forma distinta, y aunque sabemos que no podemos englobar todas las experiencias y sentires, creemos que este acto de compartir puede invitar a otrxs a hablar, a decir que algo duele, a confesar que no es fácil dejar de tener miedo. Agradecemos a estas mujeres por regalarnos un poco de sus vivencias para compartirlas, por hacer posible que cada vez haya más espacios para tener conversaciones fértiles. 

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